Los anarquistas, los
comunistas defensores del Estado sólo como fase previa a su extinción, los neoliberales (en el fondo, todos), los biopolíticos
alternativos, los indignados apolíticos, los defensores de los nacionalismos
periféricos, los nacionalsocialistas y los anarcocapitalistas –“ancaps”– de
corte rothbartiano, han compartido la
misma trinchera en su guerra contra el Estado. Todos ellos, y algunos más, han
visto poder por todas partes, lo han sentido como la dominación más absoluta y
el cercenamiento del desarrollo de sus potencialidades vitales. Han confundido
derecho y hecho y, en ocasiones con maleficiencia, han ayudado a que el hecho
primase sobre el derecho. En ese intento por liberarse, por convertir sus
cuerpos y existencias en un campo de batalla o en una obra de arte, han caído en la trampa, abriendo paso a la
invasión de la biopolítica sobre los mismos cuerpos que pretendían salvaguardar. Todos ellos ignoran, a propósito o por descuido, que:
[…] si existen
relaciones de poder a través de todo el campo social, es porque por todas
partes hay libertad. Es decir, existen efectivamente estados de dominación. En
numerosos casos, las relaciones de poder están fijadas de tal modo que son
perpetuamente disimétricas y que el margen de libertad es extremadamente
limitado. […]. No se me puede atribuir la idea de que el poder es un sistema de
dominación que lo controla todo y que no deja espacio a la libertad.
(1)
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(1)
Foucault, M., “La ética
del cuidado de sí” en Estética, ética y hermenéutica: obras esenciales.
Volumen III. Paidós, Barcelona,
1999. Pág. 405
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