“El dinero humilla a
todos los dioses del hombre y los convierte en una mercancía… Hasta el mismo
amor, la relación entre hombre y mujer, se trueca en un objeto comerciable”[*]
Hasta
este momento, he estado escribiendo sobre cómo el lado más tóxico de la modernidad ha
culminado en un sistema económico, político, social y filosófico muy
determinado: el capitalismo de corte neoliberal. Un sistema que, siguiendo el
camino marcado por la implantación del dogmatismo racionalista más perverso,
hace del sujeto algo carente de mismidad y totalmente artificial. Llegado a
este punto, trataré de exponer el carácter aporético que impregna la
concepción de sujeto, de libertad y de lucha política, pues si Michel Foucault
sostuvo acertadamente que “De forma general, los mecanismos de poder nunca han
sido muy estudiados en la historia”[1],
nosotros podemos decir que tampoco los mecanismos de resistencia política lo
han sido. Y esto nos lleva directamente a un callejón sin salida. Si Lenin se
preguntó, nada más iniciado el siglo XX, ¿qué hacer?[2],
nosotros, entrado ya el siglo XXI, sólo podemos hacernos una pregunta: ¿cómo
hacer?, ¿cómo hacerlo?, pues quizás ya no hay que preguntarse por el qué, sino el por el cómo.
Los
efectos más negativos y crueles del neoliberalismo han sido criticados desde
muchas perspectivas. Sin entrar en detalles sobre el contenido de estas
críticas, pues excede los propósitos de esta nota, nos centraremos en un aspecto: la mayor parte de las propuestas que se plantean
como alternativa al neoliberalismo, como crítica a sus efectos y fundamentos,
nos llevan directamente a un callejón sin salida del que es difícil salir
airoso. Veamos qué sucede y por qué sucede.
Poco más hay que decir sobre el momento
en el que estamos viviendo. De él han dado cuenta, desde diferentes puntos de
vista, autores como Bauman, Negri, Agamben, Beck, Esposito, Butler y otros[3].
Si bien la lectura de sus obras es, como mínimo, de máximo interés, nosotros
nos planteamos la situación aporética –y casi angustiosa– en la que vivimos
en otros términos, huyendo de cualquier planteamiento metafísico, biopolítico
o derrotista y optando siempre por la recuperación de un sujeto al que se le
han arrancado, tanto un doble modo de ser como una constitución interna. Por lo
tanto, nuestra propuesta, nuestra respuesta a ese cómo, es ontológica, pero también es política y mundana.
El
lado perverso de la modernidad nos ha traído a un mundo que, siguiendo a
Foucault, es un mundo sin hombres. El hombre no puede ser solamente aquel
individuo animal perteneciente a la especie Homo sapiens. Tampoco puede ser una unidad individual dotada de
un tipo de racionalidad –racionalidad, no lo olvidemos, animal– capaz de
gestionar calculadamente el medio entorno en el que está inserto. Tampoco es
una unidad de conducta[4].
Y, por lo tanto, si estamos en un mundo sin hombres, donde prima el lado
biológico en detrimento de lo específicamente antropológico, tampoco habría
política como tal. No obstante, sí hay un tipo de gestión, de administración,
de control por parte de instituciones, pues un mundo sin hombres y sin política
no es el estado de naturaleza
descrito por Hobbes o por Rousseau, sino que es el mundo en el que vivimos:
cuerpos y biopolítica.
Por
lo tanto, el callejón sin salida en el que nos encontramos es el siguiente: el
capitalismo neoliberal ha construido un mundo que es réplica exacta del
mercado, un mundo en el que concurren sujetos humanos a los que se ha
arrebatado su estatuto ontológico de hombre y, por lo tanto, ya no son hombres
sino simplemente cuerpos sin forma, materia descualificada, flujos de capital,
bienes y servicios. Entonces, ¿cómo el espacio antropológico puede seguir
siéndolo si no hay hombres? La respuesta a esta pregunta es difícil, y no
puede darse sin realizar previamente un análisis profundo de ciertas
cuestiones.
... Y eso es lo que pretendo hacer durante estos días. Cafeína, nicotina y aporías.
[1] Foucault, M., “Entrevista sobre la prisión: el libro
y su método” en Microfísica del poder,
Ediciones La Piqueta, Madrid, 1980, pág. 26.
[3] Debido a que la exposición de las propuestas de todos
estos autores se sale del objetivo de este trabajo, remitimos a la lectura de
los siguientes textos:
Bauman, Z., Modernidad
líquida, Fondo de Cultura Económica,
Buenos Aires, 1999.
Negri, T. y Hard, M., Imperio, Paidós, Barcelona, 2002.
Beck, U. La sociedad
del riesgo mundial : en busca de la seguridad perdida, Paidós, Barcelona, 2008.
Butler, J., Violencia
de Estado, guerra, resistencia : por una nueva política de la izquierda,
Katz-CCCB, Barcelona, 2011.
[4] Estas consideraciones sobre el hombre son lo que
Foucault denomina modos de objetivación del sujeto. Maneras por las cuales, el
hombre pierde su naturaleza antropológicamente humana. El hombre, por
naturaleza, es algo más, y eso es lo que se trata de reconstruir.
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